Desearía saber nombrar
esta emoción que habita en mí
y que duele en silencio.
No nace de la ingratitud,
sino del peso de la vida misma,
que me devuelve, cansado,
a la orilla de donde un día partí.
No es que haya regresado:
es que siento estar más abajo.
He luchado más de veinte años.
No quise herir,
procuré ser útil,
sembré donde pude.
Y aun así, la vida
cerró la puerta justo antes
del instante mínimo
que me habría regalado
un destello de la gloria soñada.
Cada amanecer me rindo.
Cada mañana,
una taza de café
me devuelve fuerzas prestadas
para intentarlo otra vez.
Tal vez no estoy hecho
para esta versión de mí mismo.
Tal vez el error
no fue luchar,
sino creer que alcanzaría
el lugar que imaginé.