En la calle
se arrastra el metal
sediento de aceite.
Caen onzas de polvo —blanco y violeta—
sobre la banqueta
que la noche devora.
Siluetas se asoman
sobre el granel;
disfrazan su olor
con pólvora.
En la ciudad
la rata cumple su ciclo,
el gato espera.
La rueda gira.
El falso redentor
acude al llamado.
Redentor manchado,
la patria se consume en maquillaje;
la jerarquía
esconde lo luctuoso
entre los callejones
donde las lenguas
salen con una llama
de ácido azul.
En los jardines del palacio
se ocultan los cuadros
con fragmentos del mar blanco;
las aves beben las gotas
que el viento sacude
de los propios marcos.
En la mesa de los grandes,
los platos rebosan de aceite;
queda un labial en el vaso,
y el suelo cede
bajo la saliva de la ciudad.