Aquel diciembre se partieron las horas,
como platos humildes contra el piso de la historia.
El cielo bajó de golpe
y Panamá despertó con un ruido extranjero en la sangre.
No fue trueno:
fue idioma metálico cayendo sobre los barrios,
fue la noche aprendiendo a gritar
con boca de fuego.
Yo amo esta tierra pequeña
que cabe en dos mares
y aun así no cupo el miedo.
El amo con rabia limpia,
con sal en los ojos,
con la bandera respirando en mi pecho.
escupia balas forradas en odio.
20 de diciembre:
fecha tatuada con pólvora,
calendario que sangra cuando lo miran.
¡PROHIBIDO OLVIDAR!
—dice el suelo—
¡PROHIBIDO!
—repiten los nombres sin tumba—.
Las horas se partieron, sí,
y también las cunas,
y también los rezos a medio decir,
y las madres aprendieron
el peso exacto de un silencio.
Hubo muertos sin discurso,
muertos sin cámara,
muertos que no entraron en los informes
pero siguen entrando en los sueños.
Panamá no fue cuartel:
fue casa invadida,
pan partido,
Radio encendida en el momento equivocado.
Aquel diciembre
la historia no pidió permiso.
Y nosotros,
pequeños y tercos como el istmo,
seguimos de pie
con rescidivas teas de desgracia.
Porque amar la patria
es no cerrar los ojos.
Es decir, la fecha.
Es decir, los muertos.
Es decir: aquí pasó.
Y pasó en diciembre.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025