“¡Qué verde luce el prado!
Con un sinfín de flores superpuestas
parece recamado
por dos manos honestas
que tan solo a lo bello estén dispuestas.
¡Qué dulce canta el río!
Cuando pasa jugando con la espuma
en loco desvarío
de un amor, que se esfuma
cuando llega a la mar, y a ella se suma.\"
Así canta el poeta
cuando exalta la natural belleza
y cubre su paleta
de rimas con destreza
que plasma con sutil delicadeza.
El mirlo enamorado,
o el jilguero que alegra con su trino
y canta desbordado.
Y el danzar dulce y fino
del macho de calandria ¡Tan genuino!
Las rojas amapolas
que brillan cual rubíes en los trigos
e imitando a las olas,
nos dejan ser testigos
del nacer y morir, juntos y amigos.
O el chopo voluptuoso
que hace en las riberas en verano
de abanico lujoso,
y da en su rama, ufano,
fiel cobijo a la ardilla y al milano.