Abrió sus pétalos buscando el cielo,
y con auroras de luz se vistió;
aun siendo flor, soñó con el vuelo,
y en su inocencia, del sol se prendó.
En su silencio lo amó cada día,
mas no lograba su abrazo alcanzar,
y se arraigó con ilusa alegría,
como quien ama sin nada esperar.
Llegó el invierno callando la vida,
y un manto blanco al mundo cubrió;
de nieve pura la vieron vestida,
y ante el altar su llegada aguardó.
El sol la vio, engalanada en promesa,
tan bella y frágil, fiel a su ilusión,
que al contemplarla en su hermosa rareza,
no pudo más que adorar su pasión.
Bajó a buscarla y a quitarle el frío,
con rayos tibios su piel desvistió;
y en cada beso se fundió el rocío,
y así los colores él le devolvió.
Son desde entonces dos enamorados,
ella le sonríe, él le da calor;
y aunque por siempre se ven separados,
después de la noche se entregan su amor.
Así cada año, al llegar el invierno,
ella se viste de blanco otra vez,
él regresa a amarla con su fuego eterno,
y renuevan sus votos con fiel timidez.