Fui artesano de mis propias cadenas, levanté muros con culpas que no eran mías, cedí espacio, paz y aliento al deseo ajeno, creyendo que ceder era cuidar.
Me vi atrapado en tramas que no elegí, habitando sombras dentro de mis días, todo por miedo a quebrar el cristal, a decir que no, a descubrir que mi entrega no era salvación.
No supe nombrar el límite a tiempo, y ese silencio me llevó a vivir escenas que hoy solo guardo como marcas, como lecciones talladas en la memoria.
Hoy miro las fotos de aquel tiempo distante: el alma abierta en la palma de un extraño. Y aunque el arrepentimiento roce la piel, aprendí algo simple y feroz: mí no es mi escudo más fiel.