A veces uno acumula cosas por puro capricho,
muebles viejos, culpas, silencios,
obstáculos que uno no saca a la calle
y que terminan por tropezarnos el paso
en el pasillo de la rutina.
Pero lo tuyo es distinto.
Hay una imagen tuya,
terriblemente inmensa,
plantada justo en el centro de mi desorden.
Es hermosa, claro,
sería una estupidez negarlo,
sobre todo por esos ojos
que son como dos perchas de abismo
donde yo podría colgarme cada noche,
suspender mi gravedad
y jugar a que el amanecer no existe.
Me he quedado así, quieto,
como un reloj al que se le agotaron las pilas,
un mecanismo triste que olvidó la hora,
el impulso,
y el sentido de las agujas.
Estoy cansado,
y lo curioso es que apenas han pasado unos días.
He oído que las tempestades violentas
suelen tener la cortesía de ser breves,
de agotar su furia en poco tiempo.
Sin embargo, me aterra este pronóstico:
tengo la sospecha
de que estos pocos días, tan breves, tan tuyos,
van a quedarse a vivir en mi memoria
muchos años más de los que puedo permitirme.