I_KENNETH

Poema dos

En tu luz, esa llama que nunca se queda quieta,

el mundo te envuelve como un secreto antiguo.

Pálida, absorta, delicadamente herida,

te alzas frente a las hélices gastadas del crepúsculo

que giran, giran,

como si todo intentara explicarte.

 

Callada, amiga mía,

sola en esta hora donde la tarde se desmorona

y la vida arde todavía en tus manos,

apareces como la heredera última del día,

un resto de oro en un paisaje que ya muere.

 

Un racimo de sol cae sobre tu vestido oscuro,

y de tu alma, sin aviso,

brotan raíces profundas de la noche.

Desde allí ascienden las cosas que ocultabas,

las que respiraban en silencio,

hasta que de ti surge un pueblo nuevo,

azul, pálido, tembloroso,

que bebe de tu sombra para aprender a existir.

 

Oh, fecunda, magnética, grandiosa criatura

del círculo eterno donde lo negro y lo dorado

se persiguen sin descanso:

te eriges, invocando una vida tan intensa,

que sus propias flores caen rendidas

ante la tristeza que les das de alimento.