MIGUEL CARLOS VILLAR

El avestruz se merienda el pavo de Charles Dickens

El avestruz se merienda el pavo de Charles Dickens

(Versión moderna de un relato en tonos sepia)

Para la puesta en escena.
Decorado: una fotografía de ollas y sartenes vacías colgadas en el aire. Al fondo, edificios derrumbados.
Un coro de niños desnutridos canta: «A Belén, pastores, a Belén, chiquitos…»

El avestruz, el ave más grande conocida, protagonista de refranes y metáforas, que, por una tergiversación de la verdad, nunca ha metido la cabeza en la arena, no puede evitar haber dado su nombre a una imagen cuasi poética: la política del avestruz.
Ahora que ha aparecido la palabra política, empiezo a sospechar que lo que sigue tendrá poco que ver con el cuento prometido.

El pavo. Aquí conviene hacer una distinción: por un lado, el pavo «mocotonto», que se deja cebar, en vida, por fuera y por dentro, antes de ir al horno; por otro, el pavo real, que únicamente gracias a su colorido y a su supuesta realeza disfruta de un perdón perpetuo.

Ya tenemos a los dos personajes (Avestruz y Pavo). Bien, ¿y ahora qué? Pues hay que llevarlos al escenario de la actualidad.

La actualidad, a elección: puedes ponerte las gafas de la Navidad (música, bebida abundante, lucecitas, regalos) y convertirte tú mismo en un avestruz para no estropear la fiesta; o puedes abandonar la mesa antes de que te confundan con el pavo relleno.

Cuesta poco esfuerzo si, tras hurgar un poco en la memoria, llevamos esta escena al primer plano y constatamos que las imágenes que nos llegaron hace poco desde Gaza, no porque allí haya dejado de arder, sino porque ya no «se venden», han sido relegadas a las bambalinas, desplazadas por el bullicio festivo y el silencio cómplice de unos medios que miran hacia otro lado.

La masacre cansa, la muerte aburre y la compasión tiene fecha de caducidad.