No hay verbos que eleven voces al cielo
y diminutos seres se apoderan de la luz
en el parabrisas de los días;
La atmósfera ríe en silencio,
mientras la lluvia cae
en las mejillas del dolor.
Viajan como banderas inmaculadas
entre los atribulados pasajeros de Dios,
dando un salto de buenaventura
y raspando la consciencia oscurecida.
Ante los panoramas frecuentes,
animales emergen
para saciar su curiosidad.
Adentro, al fondo del alma,
un S.O.S. agita la noche
con un sombrero verde,
mientras lustrabotas convalecientes de brillos,
se adhieren al dolor de los zapatos
y multitudes de ojos desaparecen,
en el mustio recuerdo de un atardecer…