La existencia es un abismo sin orillas,
una carretera que se extiende sin promesa,
un paso tras otro sobre un suelo que cede,
la obstinación de buscar algo que nunca llega.
La vida: un sueño que se deshace al nombrarlo,
una ficción necesaria para no caer despiertos.
Creemos en propósitos, en razones,
como quien enciende una luz para negar la noche.
Pero todo es transitorio.
La felicidad, un reflejo en el vidrio;
el amor se marcha en silencio,
el dolor aprende a quedarse.
Al final no queda sentido,
solo el peso de haber estado.
La existencia no redime ni castiga:
arrastra.
Y aun así insistimos—
hurgando en la vida, en la muerte—
con la duda intacta,
preguntándonos si este desgaste
mereció llamarse vivir.