La Soberbia Ciega del Éxito
Titania se alejó del punto Norte. Su nueva misión la esperaba en el punto cardinal Este, indicado por el tintineo de campanillas de su inseparable varita.
A medida que se aproximaba a su nuevo destino, la atmósfera se transformó drásticamente: el aire se volvió seco y abrasador, propio de un paisaje desolador. Se encontraba en una estepa de tierra rojiza y agrietada por la sequía extrema. Un desierto de barro seco y piedras interminable donde los espejismos danzaban bajo un sol sofocante.
Este era el límite de la Región del Egoísmo, donde la naturaleza había sido forzada más allá de sus posibilidades. La influencia del Lokardo del Olvido se manifestaba como la insultante arrogancia de un poder ominoso. La varita de fresno, que antes brillaba con la calidez de la esperanza, emitía ahora una luz inquietante y distorsionada, como si el aire estuviera cargado de vanidad.
Titania descendió sobre una zona de dunas que rodeaban un antiguo oasis, ahora reducido a un charco de agua salobre. En el centro, el Corazón de Madera de este punto cardinal yacía en una fosa poco profunda.
Era una esfera de ámbar, la más grande que había visto. Sin embargo, en lugar de estar cubierta de musgo o hielo, estaba recubierta por una capa de oro falso y escamas secas, como si se hubiera intentado imitar algo grandioso y admirable sin lograrlo. Esta era la marca de la Egolatría, tal como recordaba Titania de los dictados de Akelia. Para revivir este corazón, se requería el Vínculo del Arrepentimiento, la capacidad de actuar con la humildad necesaria para frenar la ambición descontrolada.
El hada se orientó hacia un tenue rastro de actividad humana. El calor era sofocante y la ausencia de sombra era una declaración del poder maligno. Titania siguió las huellas de carros pesados y maquinaria obsoleta, que la condujeron a una colina cercana.
Allí, bajo un toldo improvisado, encontró a Akisteo, un hombre enérgico, pero visiblemente agotado, con planos enrollados bajo el brazo y las manos cubiertas de callos. A su alrededor, yacían los restos de un gigantesco proyecto. Akisteo no estaba labrando la tierra; estaba dirigiendo a un grupo de trabajadores locales, a quienes, a pesar del agotamiento general, conminaba a levantar una estatua monumental de sí mismo, la cual había sido esculpida en piedra y traída de tierras lejanas,
—¿Por qué levantar esa estatua aquí, donde el agua escasea y la tierra está muerta? —preguntó Titania.
Akisteo se giró irritado. No obstante, al ver a Titania, sus ojos brillaron con una excitación vanidosa, asumiendo que el hada era una visitante que venía a admirar su obra.
—¡Es la prueba de la voluntad del hombre! —exclamó, señalando la estatua de su imagen—. Soy Akisteo, el Arquitecto. Demostré que podía irrigar este páramo, y lo hice florecer durante una década entera.
—¿Y por qué dejó de florecer?
Akisteo frunció el ceño con desdén.
—La naturaleza ingrata se ha resentido de mi éxito. El gran canal que diseñé funcionó perfectamente, pero los ríos no fluyen con el mismo caudal que antes. La tierra se ha secado porque no tiene la fuerza para sostener mi gloria. Por eso levanto esta estatua, para que quede claro que yo lo logré, y que el fracaso no fue mío, sino del patético entorno.
Titania vio la verdad. Akisteo no había fracasado por falta de talento, sino por su falta de compromiso hacia la naturaleza. Había desviado toda el agua de un río para su proyecto, sin dejar una gota para las comunidades agrícolas ni para que la propia tierra se regenerara. Su éxito fue un acto de salvaje narcisismo, sin reconocer la capacidad renovadora del hábitat, ni la necesidad de reciprocidad: dar para obtener.
El hada se acercó al Corazón de Madera y alzó la Llave del Compromiso.
—Akisteo —dijo Titania, con voz firme que emanaba de la autoridad de una profunda sabiduría—. La verdadera grandeza no está en la gloria personal, sino en el trabajo en común y la consideración por todos los que colaboran en un mismo proyecto. El afán de notoriedad sin respetar los derechos de los demás aboca a un engañoso éxito. Mira esta piedra de ámbar. Tócala y fíjate en las consecuencias de tu actitud.
Akisteo, frustrado por la falta de elogio, se acercó de mala gana.
—¿Qué absurdo ritual es éste?
—Toca esta piedra de ámbar —ordenó Titania—, pero sin soberbia y como un humilde servidor.
Akisteo posó su mano, limpia de tierra, pero manchada de vanidad, sobre la capa dorada del Corazón.
En el instante del contacto, el hada le hizo ver varias escenas: los trabajadores agotados desmayándose por el calor sofocante, la falta de descanso, la lejanía de sus familias. Esta visión le hizo comprender las consecuencias de su ambición desmedida y, por primera vez, sintió una gran pena.
El oro falso que cubría el Corazón se desprendió en motas de polvo que el viento se llevó. El Corazón del Este emitió una onda grata y de color bronce. La energía absorbida por la Llave del Compromiso se manifestó. La cuarta muesca en la varita de Titania se iluminó con la sobriedad del color del atardecer.
Alrededor del oasis, la tierra ajada se volvió verde de inmediato, y el agua salobre se hizo potable y útil para los cultivos. Las huellas del canal que Akisteo había construido se iluminaron con la conciencia de la deuda saldada con sus semejantes y la tierra que renacía fértil de nuevo.
Akisteo retiró la mano, pálido. Por primera vez, en lugar de admirar su estatua, reconoció el deplorable estado de sus trabajadores famélicos y derrengados. Su sincero arrepentimiento lo había obligado a ver el coste real de su insustancial éxito.
—Yo... yo he pretendido demasiado— murmuró apesadumbrado. Su arrogancia había desaparecido.
—Has encendido la magia, Akisteo —dijo Titania—. El Corazón exige que el vínculo sea respetado. El primer paso para tu restauración personal es la gratitud y el reconocimiento justo de lo que puedes tomar.
Titania, sintiendo el cuádruple acierto de la Arborigenia, sonrió. Le quedaba solo un corazón. El mapa de musgo señalaba el Sur, un lugar de montañas altas y nieblas densas donde la Negligencia y la Indolencia podían ser los últimos desafíos.
Mientras el hada se elevaba hacia el inminente crepúsculo, ahora se sentía protegida por el equilibrio de las virtudes halladas en los cuatro corazones: Humildad, Solidaridad, Generosidad y Arrepentimiento.
*Autores: Nelaery & Salva Carrion