Nunca había llovido tanto en diciembre.
Esta tarde, aún esperaba
aquella brisa fresca
esa que traía consigo tibios recuerdos
a estos días,
pero me encontré una soledad terrible
sitiando la calle
y entendí
que todas mis nostalgias
y mis alegrías
se habían dormido muy lejos de casa.
Nidos vacíos
se asoman entre el tejado cansado,
sé que extrañan el calor
de sus aves perdidas,
pérdidas ya en otro sitio
donde nadie perturba
la tranquilidad de sus sueños.
Y yo...
anhelo tanto ser uno de esos nidos,
para echar de menos
un poco su canto,
pero mi pena aquí es otra:
y por alguna razón que desconozco
estoy hoy, extrañando tu voz.
Pero te aclaro algo, si hace falta:
no sos vos quien mutiló
ni se llevó
el color de estas letras.
No te culpo
por llevarte ajenos recuerdos
enredados en tus silencios,
ni por negarme
un pedazo de mi propio corazón
para sufrir por otros asuntos.
Sé que es la costumbre
de los años,
que regresan en estos meses
cuando es más fácil
pensarte
y si hace falta
buscar de tu mano
el necesitado consuelo.
Al final te confieso:
hasta ahora no ha sido fácil.
Este diciembre
es otro diciembre
pues ya lavó
muchos viejos caminos
(pero tus huellas son frescas).
No sé si hoy
es demasiado temprano aún
para saber
si al ponerse el sol
seguiré pensando en vos.
Pero por ahora,
aquí estás,
tiernamente…
(imagínate como una de esas aves
acurrucada en su nido).