Nos amamos en otra dimensión,
donde no existen las versiones incompletas
ni los silencios defensivos.
Aquí, en este plano humano,
chocaron los miedos,
las heridas no resueltas,
las memorias que aún gritaban.
Pero incluso así,
nuestro amor dejó una marca ontológica:
ya no soy la misma
después de haberte amado.
Porque el amor real
no siempre se queda,
pero siempre transforma.
Y eso,
aunque duela,
es sagrado.