Navidad Íntima
La ciudad se convierte en un río de luces que ciegan mi mirada cansada,
donde las multitudes avanzan con prisa desesperada y sofocada.
Las tiendas brillan como imanes que atraen a las almas vacías y perdidas,
arrastrando consigo sueños rotos y promesas no cumplidas.
El aire vibra con canciones que repiten un festejo sin sentido ni alma.
Prefiero el silencio íntimo de un café compartido con personas queridas,
lejos del clamor que impone fechas y rutinas ya muy establecidas.
Un detalle pequeño que nace del cariño verdadero y espontáneo,
no de la obligación que vuelve todo gesto frío y completamente vano.
Ese intercambio sutil que reconforta el espíritu solitario y sereno.
Las calles se llenan de risas forzadas y encuentros sin verdadera esencia,
mientras crece en mi pecho una antigua y profunda nostalgia por la ausencia.
Los que partieron dejan un hueco que en diciembre se hace más hondo y grave,
una sombra larga donde el recuerdo suave con dolor se abre.
Y el mundo exige alegría con una presión que agobia y lastima.
Me alejo de los adornos brillantes, de los plásticos pinos con nieve falsa,
de esa imitación distante que a nuestra tierra cálida tanto le pasa.
Veo palmeras vestidas de oropel, un espectáculo triste y extraviado,
mientras nuestras raíces auténticas se pierden en un rincón abandonado.
Tradiciones milenarias que se apagan sin un gesto de apoyo verdadero.
En otros pueblos se honra al solsticio con danzas que evocan lo eterno,
un ritual sagrado que renueva el lazo con el suelo más tierno.
Allí la celebración brota de la tierra, del maíz, del viento y del fuego,
no de un catálogo impreso que ofrece un efímero juego.
Es una fiesta del alma, un canto antiguo, un sentir profundo y genuino.
No colgaré guirnaldas doradas ni colocaré figuras en un portal,
mi homenaje será recordar lo simple, lo auténtico, lo vital.
La mesa con frutas de la estación, una vela que dibuja su luz tenue,
un espacio tranquilo donde el tiempo cansado pueda detenerse.
Ese es el rincón donde mi corazón encuentra su refugio pequeño.
La navidad se vuelve entonces un paisaje interno de calma contemplativa,
una fecha que se despoja de su máscara pública y ostentativa.
Es un momento para sembrar en el jardín una esperanza nueva,
para regar la semilla que en primavera su florecer lleva.
Un ciclo natural que no requiere compras ni ruidos estridentes.
A veces pienso en aprender a tejer una manta con lana de oveja,
o en cocinar lentamente un caldo que a los huesos calienta.
Envolver regalos con hojas secas y cuerdas de yute sencillo,
ofrecer una infusión de hierbas que calme el frío del invierno.
Pero a menudo esos planes se los lleva la corriente del día a día.
Solo queda observar desde la ventana el tumulto que no cesa,
protegida por el cristal que ahuyenta la vorágine de esta empresa.
Agradezco el plato humeante, el cobijo seguro de estos muros,
la paz de no seguir corriendo entre anuncios y letreros oscuros.
Y compadezco a quienes vagan sin rumbo en la noche fría.
La verdadera navidad tal vez vive en un gesto de bondad escondida,
en compartir el pan con quien tiene hambre, en tender la mano a la vida.
No en luces deslumbrantes que ocultan la pobreza y el desamparo,
sino en construir juntos un mundo menos duro y más claro.
Donde diciembre no sea un peso, sino un abrazo tibio y sereno.
Así paso la época, entre reflexiones y suspiros sosegados,
evitando las aglomeraciones, los excesos desmedidos.
Cultivando mi huerto interno de paciencia y de memoria,
escribiendo en el aire este poema que cuenta otra historia.
Una celebración íntima, sin prisas, sin deudas, sin miedo.
Y cuando el año llegue a su fin, bajo el cielo estrellado y callado,
guardaré en un cofre invisible el instante más preciado.
No será un objeto comprado, sino el rayo de sol en la mañana,
la charla con un viejo amigo, la risa sincera y liviana,
donde lo importante sea mirarnos a los ojos y saber
que el verdadero regalo ya está aquí, en estar presentes.
Esa es la esencia que persigo, lejos del bullicio y del consumo ciego.
—Luis Barreda/LAB
Los Ángeles, California, EUA
Diciembre, 2025.