Enfermé todo...
Ya no estás.
Te busco en mi recuerdo
y me alegro por aquellos años
que en mi corazón siempre estarán...
Aquellas risas.
Aquella compañía... a tu lado.
Cuenta con mi mano dijistes.
\"Siempre te llevaré en el corazón\".
También yo.
Y no sé... pero creo esas cartas
como un silbido de esperanza en el pecho
de que tengas algunos buenos recuerdos
de mí.
Que quede algo bueno
de aquel enfermo
dentro de ti.
Una risa,
un consuelo,
una escucha,
una conversación,
un abrazo,
un reencuentro,
una despedida...
Un para siempre agradecido
de nuestro paso en nuestras vidas
a pesar de aquellas heridas...
El demonio me robó tantos momentos.
Tantos recuerdos...
Pero la luz de Dios me alumbra
y dice que nos regaló la cura
a los dos,
que empezó en nuestro encuentro.
Traíamos bacterias de antaño
y fuimos el mejor bálsamo
que supimos ser en aquel momento
impregnado de pus.
Nos quisimos lo mejor que supimos.
Nos herimos sin mala intención.
Y así...
observo en mi paseo
esperanzadores brotes de setas,
un campo cobijado de lluvia
embriagado de cantos de ruiseñores.
Un tupido verde que ya nace
aloja latente una primavera nueva
y en mi oración empieza la lluvia
fundiendo al campo con una astral envuelta.
Debajo del eucalipto,
mientras descalzo toco la tierra,
Dios me clama el mundo nuevo del momento
al perdonarme, confiar...
Y ya no me aferro al recuerdo.
Y ya solo agradezco lo bonito que Él nos dio:
Poder ver de nuevo el sol,
aún sin estar juntos.
Aquellos ratos de luz y luna
ahora afloran en mí sin tristeza.
Aquellas nubes y tormentas
colmaron de humedad nuestros corazones.
Una despedida como abono
y la llegada de un sol eterno
en la fe de mi ilusión
en la esperanza de mi Dios.
Me llama amigo
y no pecador.
Me dice que agradeces
y te acuerdas también de mí
con amor.
Nos dejó que nos hiriéramos
en nuestras confusiones mundanas,
libre albedrío en su plan redentor.
Debo agradecer la herida y su pasión.
Solo así tendré aprendizaje y liberación.
No pensé que volvería a escribirte...
pero formaste parte de mi redención.