Leoness

Jardín de luto, contraste afgano

Afganistán suspira en oro y piedra,

la cordillera al sol antiguo canta,

el Hindu Kush se eleva, nada arredra

su majestad de pico fugitivo, quebranta.

 

Los valles de Panjshir, la vid y el río,

prometen al viajero paz de ensueño,

el rostro de la tierra es un baldío

de belleza que el alma hace su dueño.

 

Pero bajo este cielo de turquesa pura,

bajo el rumor del viento en la mezquita,

la mujer es un nudo de amargura,

una sombra azul que el mundo evita.

 

Ella no mira el monte ni la altura,

su horizonte es la tela que la ciega,

es cárcel de la Ley, prisión oscura,

donde la vida solo se doblega.

 

La tierra es libre, el águila en la cumbre,

mas ella lleva un grillete de papiro,

y se le negó la luz, se extinguió la lumbre,

su corazón solo conoce el suspiro.

 

El analfabetismo es su mortaja,

el voto, una mentira sin sentido,

mientras el valle en primavera cuaja,

su cuerpo es por la fuerza sometido.

 

El marido es un amo, el padre, un juez,

que ancla el alma al yugo de la cuna,

y el burka es la verdad que, alguna vez,

le roba hasta el reflejo de la luna.

 

No es la bala el escape; es la flama viva,

el ácido en la cara, el fin de ruta,

cuando el destino cruel ya no deriva,

prefiere ser ceniza, ser disoluta.

 

Ella no mata al tedio con un humo,

mata a la vida misma, al ser que siente,

porque morir de ser es el consumo

de un ser que vive bajo el sol poniente.

 

Así, la tierra vibra, grande y serena,

montañas de basalto y de esperanza.

 

Mientras la hija de su entraña, llena

de luto, busca solo una matanza:

la de su propio yo, la del recuerdo,

para que la belleza no la duela.

 

Un paraíso afuera, un mundo cuerdo

que ella jamás conoció, ni en la escuela.

 

y… hasta los hombres misóginos mueren de… indignidad