Jesus Armando Contreras

La casa que me sostuvo

Hui… porque quedarme era morirme,
porque el miedo desbordaba mis mañanas
porque en la industria la sombra se hizo dueña

de mis sueños, en noches y madrugadas.

Tomé la maleta temblando por dentro,
con más dudas que fuerzas en el alma;
y un avión me llevó hacia otro cielo
como lleva la marea a quien naufraga.

Y fue LARA quien me tendió la mano,
quien me ofreció trabajo sin frontera,
quien vio en mi un migrante con certezas
un hombre dispuesto a dar lo que fuera.

Trabajé en bodega, sí, es cierto,
barrí pisos, y limpie las mesas;
pero nunca me sentí menos hombre,
porque la dignidad no vive en la apariencia.

Fue al cuarto día que el rumbo cambió,
cuando vieron en papel mi historia completa;
y aquella oferta, simple en palabras,
fue un faro encendido que ilumino un planeta.

LARA fue taller, fue escuela, fue guía,
fue techo de tantos que cruzaron fronteras;
fue ejemplo de puertas que se abren sin miedo,
fue abrazo para el que la vida golpea.

Allí crecí… y crecimos.
Allí puse el alma en tierras extranjeras;
allí aprendí que una empresa también es familia
cuando la justicia se vuelve su bandera.

Porque LARA no solo me dio trabajo:
me dio un espacio, una causa, una escena
donde un migrante cansado y herido
volvió a sentirse útil, digno, en tierra ajena.

Hoy me voy… pero no me marcho roto,
ni con rencores, ni con puertas abiertas;
me voy agradecido, profundo, sincero,
con la gratitud grabada entre mis venas

A ustedes, mi respeto.
A ustedes, mi eterna reverencia.
Porque cuando la vida me quitó tanto,
LARA fue la mano que me dio fortaleza.

 

Y hoy que sigo mi rumbo en silencio,
llevo en el alma una verdad completa:

siguen apoyando a la familia

aunque mi nombre ya no esté sobre la mesa.