Hui… porque quedarme era morirme,
porque el miedo desbordaba mis mañanas
porque en la industria la sombra se hizo dueña
de mis sueños, en noches y madrugadas.
Tomé la maleta temblando por dentro,
con más dudas que fuerzas en el alma;
y un avión me llevó hacia otro cielo
como lleva la marea a quien naufraga.
Y fue LARA quien me tendió la mano,
quien me ofreció trabajo sin frontera,
quien vio en mi un migrante con certezas
un hombre dispuesto a dar lo que fuera.
Trabajé en bodega, sí, es cierto,
barrí pisos, y limpie las mesas;
pero nunca me sentí menos hombre,
porque la dignidad no vive en la apariencia.
Fue al cuarto día que el rumbo cambió,
cuando vieron en papel mi historia completa;
y aquella oferta, simple en palabras,
fue un faro encendido que ilumino un planeta.
LARA fue taller, fue escuela, fue guía,
fue techo de tantos que cruzaron fronteras;
fue ejemplo de puertas que se abren sin miedo,
fue abrazo para el que la vida golpea.
Allí crecí… y crecimos.
Allí puse el alma en tierras extranjeras;
allí aprendí que una empresa también es familia
cuando la justicia se vuelve su bandera.
Porque LARA no solo me dio trabajo:
me dio un espacio, una causa, una escena
donde un migrante cansado y herido
volvió a sentirse útil, digno, en tierra ajena.
Hoy me voy… pero no me marcho roto,
ni con rencores, ni con puertas abiertas;
me voy agradecido, profundo, sincero,
con la gratitud grabada entre mis venas
A ustedes, mi respeto.
A ustedes, mi eterna reverencia.
Porque cuando la vida me quitó tanto,
LARA fue la mano que me dio fortaleza.
Y hoy que sigo mi rumbo en silencio,
llevo en el alma una verdad completa:
siguen apoyando a la familia
aunque mi nombre ya no esté sobre la mesa.