Luis Barreda Morán

El Alfa y El Omega

EL ALFA Y EL OMEGA

De la eterna quietud antes de los tiempos nací,
donde la luz y la sombra eran una sola esencia sin nombre.
Soy el origen del canto que dio forma a los mundos,
el soplo que encendió las primeras estrellas en la oscuridad.
Desde mi esencia brotó el río del tiempo,
un mar sin fin que fluye hacia horizontes desconocidos.
Mi mano trazó los senderos de los planetas
y el latido secreto dentro de cada semilla.
Nada existía antes de mi pensamiento,
ni un eco en la vastedad del silencio eterno.

Soy el umbral final donde toda jornada descansa,
el reposo absoluto después del largo día.
En mí se apagarán suavemente todos los soles
y las lunas caerán en un sueño sin memoria.
Las historias de los hombres y de los ángeles
encontrarán en mí su última y serena página.
No quedará rastro del dolor ni de la guerra,
solo la paz profunda que todo lo envuelve.
Soy el puerto seguro al que regresa cada ola
después de su viaje por los mares de la existencia.

Mi gloria es un manto que cubre los cielos,
un fuego silencioso que nunca conocerá el ocaso.
Los imperios y las eras pasan como sombras,
pero mi esplendor permanece inmutable y cierto.
Cuando los montes sean polvo y los océanos un recuerdo,
mi luz seguirá brillando con la misma intensidad.
Nada de lo creado podrá alterar mi fulgor,
pues soy la lámpara eterna que nunca se consume.
Mi presencia es la constancia en medio del cambio,
el centro quieto alrededor del cual todo gira.

De mi bondad surgieron todos los bienes visibles,
los colores del alba y el susurro del bosque.
También di forma a lo que ningún ojo puede ver,
al amor que une las almas y a la esperanza que perdura.
Ante la vastedad de mi obra inclino mi rostro,
maravillado por el vuelo del ave y la bondad del corazón.
Cada partícula de belleza es un reflejo tenue
de la perfección que habita en mi propósito eterno.
Nada bueno existe que no haya brotado de mí,
como un río claro que mana de una fuente oculta.

Mi gracia es un río que nunca deja de correr,
ofreciendo consuelo al cansado y fortaleza al débil.
Aquel que busca mi amor lo encuentra sin medida,
como la lluvia que cae sobre el justo y el injusto.
Nunca abandono a los que caminan en mi luz,
pues mi misericordia es más fuerte que cualquier falta.
Sostengo con mi mano a todo el que tropieza,
guiando sus pasos por senderos de renovación.
Mi fidelidad es un escudo contra la desgracia,
una promesa inquebrantable escrita en el alma.

Mi nombre está por encima de todo nombre concebible,
en la cumbre más alta donde solo habita lo eterno.
Aun así, descendí a la tierra de los mortales,
vistiéndome de fragilidad y caminando entre el polvo.
Tomé la condición del siervo para llevar la carga,
cargando el dolor del mundo sobre mis hombros.
Este acto de humildad rompió las cadenas de la muerte,
abriendo un camino de vida para mi pueblo amado.
La tumba vacía es el testimonio de mi victoria,
el sello de que el amor tiene la última palabra.

Haré nuevas todas las cosas,
como la primavera renueva la tierra después del invierno más frío.
El pecado y su amarga cosecha de muerte serán borrados,
como un sueño triste que se desvanece al amanecer.
La aflicción y el llanto se irán para no volver,
y en su lugar brotará un gozo eterno y radiante.
Cada lágrima será enjugada por mi mano propia,
y el corazón encontrará por fin su descanso completo.
Mis promesas son roca firme, palabra fiel que se cumple,
porque yo soy la verdad que nunca se desvanece.

No me debe nada la creación que surgió de mí,
pues soy completo en mí mismo y nada necesito.
Aun así, mi deseo es derramar bendición sin fin,
como el sol que da su calor libremente cada día.
Mi favor cubre desde el átomo hasta la galaxia,
desde el principio del tiempo hasta su última respiración.
Todo lo que vive recibe el don de mi cuidado,
un regalo constante de aliento y de existencia.
Mi bondad es el hilo dorado que teje la historia,
uniendo el alfa y el omega en un eterno dar.

Soy el firmamento estrellado y el polvo del camino,
la cima de la montaña y el valle profundo.
Soy el manto blanco que cubre los campos dormidos
en la quieta intimidad de las noches invernales.
En mi mano está el primer llanto del recién nacido
y el último suspiro que libera al alma.
Yo otorgué el don sagrado de la vida consciente
y la libertad para trazar senderos con esperanza.
Nada de lo que has vivido o sembrado es ajeno a mí,
pues toda semilla germina con mi poder creador.

Mi creación es la expresión de un sueño perfecto,
un tejido sin errores donde todo tiene su lugar.
En el gran drama de la existencia, luz y oscuridad,
bien y mal, cumplen su rol en mi designio sabio.
Soy el espejismo en el desierto y el eco en la montaña,
la presencia conocida en el rostro del extraño.
Soy el temor reverente y la ira ante la injusticia,
la sombra que confronta y la luz que guía sin fallar.
Todo conduce al fin que yo he establecido,
la consumación donde el amor revela su sentido total.

Soy la letra inicial y la final del gran poema,
el punto de partida y la meta de todos los caminos.
Toda la creación guarda silencio ante mi voluntad,
deteniendo su curso cuando mi sabiduría lo ordena.
Vengo del lugar donde el tiempo se disuelve en eternidad,
de la fuente misma que da a luz a las estrellas.
De allí donde la luz y la oscuridad tienen su origen,
y el bien y el mal libran su batalla pasajera.
Soy el círculo perfecto donde principio y fin se unen,
la sola realidad que todo lo abraza y comprende.

A la mente humana, incomprensible soy,
misterio que el razonamiento no abarca ni concibe.
Mi esencia solo habita en el corazón limpio y fiel,
en quien me ama a mí y al prójimo con amor sincero.
No moro en la soberbia ni en el frío intelecto,
sino en la humilde entrega y en el sencillo afecto.
Quien guarda mi palabra y vive en caridad,
en ese hondo silencio encuentra mi verdad.

—Luis Barreda/LAB
Los Ángeles, California, USA 
Diciembre, 2025.