La noche se hizo larga, un eco mudo y frío, donde habitó el insomnio, voraz, sin alivio. El pulso desbocado, tambor de taquicardia, y un nudo en la garganta que la voz no confía. Es el mapa secreto de un temblor profundo, todo aquello que nadie, nadie ve en este mundo.
Y sin embargo, al alba, se alza el traje de seriedad, pones el rostro firme, sin sombra de piedad. Te vistes de coraza, de roca impenetrable, y sales a la calle, rutina inexorable.
Desayunas, das el paso, y la sonrisa es un pacto, un gesto maquillado que imita el tacto exacto de quien no siente el golpe, de quien no doliera nada.
Las noches sin dormir, las taquicardias, el nudo en la garganta... Todo lo que nadie ve. Y sin embargo, te pones el traje de seriedad y el rostro impenetrable. Sales a la calle. Desayunas. Y sonríes como si nada doliera. Llevas puesto el caparazón, una barrera que nadie puede cruzar, para que nadie sepa lo vulnerable que eres, ni todo lo que grita tu mente. Eso, eso se llama fortaleza.
A ti, el guerrero que lucha en soledad.
Esta obra es un espejo de tu inmensa valentía. Es para ti, que has convertido el silencio en tu armadura más pesada. Tu lucha, invisible para el mundo, es la prueba de una Fortaleza inmensa.
Que este escrito te recuerde algo esencial: No estás solo.
Hay otros guerreros a tu lado, en la misma trinchera silenciosa. No tienes que sostener la barrera cada segundo. Permite que, por un instante, tu alma respire sin el peso de la apariencia.
La fortaleza no está en ocultar el dolor, sino en atreverse a buscar una luz para disipar la niebla. Estás siendo valiente, incluso en tu quietud. Y eso, te hace inquebrantable.