Artin Zálëz

HERENCIA INVISIBLE

Mis padres eran faros de fina estatura,

vestidos no solo de tela, sino de altura.

Irradiaban una elegancia sin esfuerzo,

como la brisa que no pide permiso

pero deja aroma a nobleza en el aire.

No aprendimos de ellos a vestirnos,

sino a bordar armonía entre los pliegues del alma.

Cada botón abrochado llevaba un valor,

cada dobladillo, una lección de templanza.

Nos enseñaron que la gracia no se impone:

se camina con ella.

Con voz serena nos legaron el arte de lo justo:

la palabra precisa, el gesto que no hiere,

el silencio que no pesa.

Nos hablaron del poder de la cortesía

como si fuera una joya antigua

que solo brilla en las manos que saben cuidarla.

Esa finura, más profunda que la piel,

no era ornamento, sino raíz.

Y hoy, cuando decimos gracias,

cuando elegimos callar con dignidad,

cuando miramos con respeto y decimos poco,

sabemos que su herencia sigue en nosotros

como un perfume que no se ve,

pero siempre nos precede.