Gabriel Hernán Albornoz

Tu y yo a solas

Cada vez que abro esa puerta

tú vienes a mi encuentro

y me envuelves en abrazos.

Cada vez que me voy

sabes que voy a regresar

porque llevo en mi corazón

de tu nombre un pedazo,

y te quedas esperando

para luego volver a empezar.

Si doy vueltas en mi cama,

mi brazo sobre tu incierta figura paso.

Y allí estás cada mañana

cuando el día comienza a despuntar.

Y el fresco aire de la madrugada

o los débiles rayos del ocaso

dan color a tu figura

pues siempre conmigo estás.

Sabes cuando llego

porque escuchas mis pasos

pero no me dices nada,

el silencio por nosotros hablará.

Solo callas,

no escribes sobre un papel algún trazo.

Pero eres mi alimento

y el pan que mi mesa poblará.

Bebes conmigo el vino

y del mismo vaso,

sacias mi sed con tu aliento

y mis labios refrescarás.

Pero nada dices

y el silencio es cada vez menos escaso.

Los pájaros de las praderas

aseguran que tu voz es de verdad,

pero yo solo escucho ecos,

los ecos de tus pasos

que vienen a mí cuando estoy,

y si no me voy,

nunca se van.

Eres mi compañía

en las noches que con insomnio paso,

fantaseo tus pensamientos

y mi voz escuchas sin contestar.

Pero esta casa sigue vacía

a pesar que estás y siempre te abrazo.

Te busco entre tus vestidos,

mas tu cuerpo no logro encontrar.

Eres como el aire,

eres como un fantasma

pero con piel de raso.

Eres como magia que no se acaba

y es cada vez mas larga, más y más.

Los relojes no se detienen

y son inclementes a tu paso.

Debes amarme, y mucho,

solo por eso no te vas.

Pero la paradoja

fue ganarte con mis continuos fracasos.

Porque tú no eres otra

que mi fiel y amada soledad…