El péndulo se burla de mi anhelo,
con su vaivén de hierro y de cristal;
es el testigo cruel bajo este cielo
de cada hora que no vuelve, inmortal.
Se fue la luz precisa de tu risa,
el café tibio y la conversación,
se evaporó el abrazo con la brisa,
y no hay reclamo ni restauración.
El minutero avanza sin pregunta,
sin un instante para la piedad;
cada segundo es una grave punta
que hiere al tiempo y a la intensidad.
No son las horas las que pasan y mueren,
somos nosotros, que nos vamos con ellas,
y dejan estelas, sí, pero no quieren,
solo ceniza de antiguas estrellas.
Y al mirar atrás, solo queda el vacío,
el eco frío de un ayer sin dueño,
la vida es este ineludible río,
que fluye eterno, robando cada sueño.