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EL PUERQUITO LOCO Y LA LECCIÓN DEL CORRAL

En una pequeña y soleada granja vivía una familia de siete pequeños puerquitos. Lamentablemente, seis de ellos no pudieron crecer, pero uno sí lo hizo, y ese era el protagonista de nuestra historia: ¡El Puerquito Loco!

Era un puerquito especial, no solo porque lo alimentaron con cariño en un biberón como a un bebé, sino también por su apariencia: su piel era tan negra como la noche, con una franja blanca que parecía una bufanda de nieve justo en su pancita. Además, desde pequeño, una de sus rodillitas no le permitía correr tan rápido como a otros.

A medida que crecía, el Puerquito Loco se volvió el más juguetón de la granja, pero sus juegos no siempre eran divertidos para los demás. Su blanco favorito era el pobre Perro Pastor, un animal grande y tranquilo al que le encantaba dormir siestas largas.

El Puerquito Loco pensaba que era graciosísimo molestarlo. Lo perseguía, le mordisqueaba la cola cuando estaba distraído, y le gruñía como si fuera un temible dragón en miniatura.

Un día, la travesura del Puerquito Loco superó todos los límites. Mientras el Perro Pastor dormía plácidamente bajo la sombra de un árbol, el puerquito escaló con cuidado y... ¡se acostó encima de la espalda del perro! Luego, para gran sorpresa y enfado del Perro Pastor, el Puerquito Loco hizo \"Pipi\" justo donde estaba durmiendo.

El perro se levantó de un salto, empapado y muy molesto. Los dueños de la granja, que vieron todo, supieron que era hora de actuar.

—¡Ya basta, Puerquito Loco! —dijo la dueña con voz firme—. ¡Es hora de que aprendas a respetar el espacio de los demás!

Así fue como el Puerquito Loco terminó encerrado en un Corral de Aprendizaje, completamente solo.

 

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