Al pasar los años
Al pasar los años, cuando la mañana se aleje en el horizonte de niebla tranquila,
y aquel fervor juvenil de piel ardiente se transforme en una calma sosegada,
entonces guardaremos en el cajón del alma aquellos instantes de pasión desbordada,
donde las llamas de nuestros labios fundieron dos destinos en una sola huella,
y el eco de aquel tiempo quedará latiendo como una canción callada y perpetua.
Al pasar los años, si tu vista se nubla y busca en el azul algún reflejo perdido,
y la luz de tus ojos se apaga mirando las hojas secas que arrastra el viento,
yo te daré mi pecho como almohada y el pago de un cariño puro y verdadero,
tejeré con paciencia cada día un nido de cuidado, silencio y alimento,
amándote con esa entrega profunda que solo sabe dar quien ha sido amado primero.
Al pasar los años, quizás el contacto de nuestra boca pierda su fuerza salvaje,
y en lugar de tormenta celestial sea un lago quieto de inmensa bondad,
y aquellos encuentros fogosos de antaño, llenos de urgencia y de anhelo,
serán un encuentro de almas, un refugio de paz y suavidad,
donde el abrazo fuerte será cobijo, manta en el invierno de nuestro desvelo.
Al pasar los años, puede que llegue la hora en que los proyectos hermosos que tejimos,
por el largo camino y el polvo del tiempo, se esfumen de la mente lentamente,
y mis dedos débiles, con movimientos torpes y piel marcada por arrugas finas,
acaricien tu pelo blanco como espuma bajo la luz tenue de la tarde presente,
y mis palabras bajas murmuren antiguas dulzuras al oído, historias ya divinas.
Al pasar los años, cuando el rencor y el dolor de otros tiempos se alejen para siempre,
y la memoria solo sea un faro que ilumina lo bueno, lo bello y lo puro,
caminaré junto a ti con hablar lento, mirando el suelo con mis pies fatigados,
con la frente surcada, pero el corazón limpio, sereno y seguro,
y al tomar tu mano frágil, te contaré otra vez ilusiones con amor renovado.
Al pasar los años, cuando el sendero que queda por andar sea corto y estrecho,
y la sombra de la existencia se deslice callada hacia su misterio final,
y en tu mente reposen, como libros queridos, todos los sueños que un día vivimos,
no diremos que fue en vano este viaje, este largo y compartido caudal,
pues miraré tu rostro y sonreiré, sintiendo el mismo amor del primer día, limpio y primoroso.
Al pasar los años, las risas y los llantos se mezclarán en un mismo recuerdo,
formando un río ancho de experiencias que nos baña con su agua mansa,
y las palabras grandes ya no harán falta, porque un gesto pequeño lo dirá todo,
en la mesa compartida, en la mirada que busca la otra mirada sin cansancio,
en el calor de dos sillas juntas frente al crepúsculo de un mundo que se apaga.
Al pasar los años, la casa se llenará del silencio cómplice que dejan los hijos idos,
y en cada objeto viejo habrá una historia, una pequeña chispa de juventud,
y nosotros, como dos viejos árboles, entrelazaremos nuestras raíces profundas,
sin prisa, sin ruido, en plena quietud,
disfrutando el milagro simple de estar vivos, bajo la misma luna y la misma latitud.
Al pasar los años, hasta el aire que respiremos parecerá distinto, más lento y profundo,
y cada nueva arruga será un mapa de todos los caminos que anduvimos juntos,
y si la noche trae frío o temor, nos acurrucaremos bajo la misma frazada,
oyendo cómo pasan los minutos, contando susurros,
hasta que el sueño nos una otra vez en un viaje sin tiempo, sin pena ni nada.
Al pasar los años, cuando finalmente llegue el momento del último adiós inevitable,
no habrá tristeza en el alma, sino gratitud inmensa por tanta fortuna,
porque cada instante, desde el primero hasta este final, fue un regalo del destino,
y nuestra historia, escrita con paciencia y ternura,
será el testimonio eterno de un amor que creció con los años, firme y genuino.
—Luis Barreda/LAB
Glendale, California, USA
Noviembre, 2025.