Mari.o

TERAPIA CON EL PSIQUIATRA

TERAPIA CON EL PSIQUIATRA

Psiquiatra, creo que estoy loco. ¿Loco?—responde el psiquiatra. ¡Sí! ¡Loco!... es más, no creo, en realidad estoy loco. Bueno—contesta el psiquiatra– habrá que saber cuales son sus síntomas para poder diagnosticarlo de locura. 

 

Usted no entiende nada—responde el paciente—le repito que estoy loco. L-O-C-O. ¿No lo entiende? Usted me está vacilando—replica el psiquiatra. Verá...—contesta el paciente— pasa que cuando yo veo a un psiquiatra, me entran unas ganas inmensas de decirle que estoy loco. ¿Y por qué lo hace?—pregunta sorprendido el psiquiatra. Porque yo...—entorva los ojos—¡prrr!... porque yo—apretando el gesto— estoy desesperado doctor. Me persiguen, me golpean, me miran, me atan de manos, me observan. No puedo ya dormir. Envenenan el agua que tomo y me avientan pestes–relata angustiado y haciendo muecas con las manos—. Muy bien—responde el psiquiatra. Usted efectivamente padece paranoia, y viendo sus movimientos y angustia: lo que en suma se traduce en locura. [El paciente mirándolo como un cachorro triste, el doctor le toma el hombro y entonces le dice] No tenga miedo, amigo. ¿Viene solo?—pregunta el psiquiatra, mientras cierra la puerta con diligencia y disimulo. ¡Sí!—contesta suavemente el paciente. Mire—acerca el psiquiatra su silla—yo también estoy loco. Me pasa que tengo que fingir con todos. Pero siento el mismo escalofrío que usted siente. Tengo ganas de gritar, muchas ganas de gritar pero no puedo hacerlo. Tengo que comportarme. La gente que habla de normalidades y se afirman en ello, esa gente realmente está loca. ¡Jamás vive! ¿Lo entiende?... Ahora bien, quiero decirle que lo que a usted le sucede no son más que alucinaciones. Todos las tenemos, hasta esos \'normaloides\'. Lo que debe hacer es descansar, tomar sus medicamentos y, cuando sienta que le hablan al oído, atienda a la charla. Relájese y exprese aquello en lo que está o no de acuerdo. No se subleve. No tome los cuchillos rojos que guarda bajo su almohada. ¡Relájese! Piense en su infancia. Acuérdese de su inocencia y vuelva a ella... acuéstese, estire sus piernas y mantengalas pegadas. ¡No cierre los ojos! Pose sus manos sobre su pecho, que sus manos formen una pirámide. Así, como quien está dentro de un ataud. 

 

Ahora, entreguese. No ponga resistencia. Que el sueño, quienes le persiguen o la muerte se lo lleve. ¡Resista! No se levante, no se deforme. ¡¡Resista!! Que triunfe la ensoñación en esta batalla. 

 

(...) Siga practicando todos los días. No se desanime. No claudique.  Esa locura que usted padece, tiene remedio. La otra locura, la de los \'normaloides\' que le he dicho, a esa sola le espera la sepultura y el olvido. 

 

Doctor—responde el paciente con ojos serenos pero agotados— ¡prrr!... [plof]... [chasquea el paciente con las mejillas]... ¡umm... umm! ¡grrr... jgjgjgjg! [Se atora con las emes, las jotas y las ges en la laringe y la glotis. Trata de escupirlas]... ¡Ahhhh! [Se acaricia el cuello y se lo acomoda como corbata]. ¡Glú, glú, glú! [Bebe agua del cucurucho]. ¡Szszszszszszsz! [Se rasca la cabeza como cavando sus ideas]. Doctor... mire Doctor. Esa técnica de hipnosis que usted utiliza, es muy buena, debo reconocerlo. Pero también hay que reconocer que solo se trata de un paliativo. Eficiente a veces, pero un paliativo. Efecto placebo. Acicate—dijo desolado. 

 

[Después de aguardar silencio. El Doctor tomó la palabra] Sí usted piensa que enfermo está, enfermo seguirá. Nada lo curará. Toda enfermedad es sabiduría por naturaleza. En la naturaleza de las cosas no hay enfermedad, y en el control y atención de su mente, todo lo purificará. Así que salga sin miedo, duerma tranquilo, alimentese bien, perdone, alegrese y no se olvide de ello—finalizó.