Habías anunciado, varias veces, tu partida.
Tus adioses se encontraron
colgados como guirnaldas, camuflados,
entre las hojas y ramas del jardín,
semi-escondidos entre las rendijas,
detrás de las puertas de tu casa,
cuidadosamente ocultos
en un bulto abierto demasiado tarde.
Aparecieron también entretejidos, insinuados,
en las memorias tardías
de tus enigmáticos comentarios,
durante los últimos días.
Pocos notaron,
en tu aparente e inusual sosiego,
la implacable señal de un paso ya dado.
Compraste un boleto de ida solamente,
pero te llevas, en tu equipaje tan ligero,
muchísimo más de lo que nunca
hubieras imaginado…
Un pupitre, un cuarto vacío,
son heridas incurables,
pero nos toca seguir viviendo con ellas.
Encontramos la cruz que dejaste,
antes de cruzar el umbral.
Con su madera y clavos
construiremos un refugio,
un hogar que albergue corazones cansados,
un faro que oriente a las almas extraviadas,
un mirador que atisbe a los caminantes rezagados.
Que tu memoria avive nuestros ojos
y suavice nuestro corazón,
para aminorar el paso y descubrir adioses ocultos,
insinuados,
entretejidos,
de aquellos que han decidido
cruzar el puente que los aleje
del sufrimiento y la soledad.