Ivette Urroz

InmunografĂ­a de la Tundra Omega

Aquí está el hábito, con su escarapelo,

a plantarlo en la lanceta que abunda

en la menuda gasolina meditabunda,

con la fotocopiadora oscura de su celo.

 

Aquí aprieta el relieve del caramelo

de la laminaria inconstante, moribunda;

una grafía inmunológica en la tundra

omega que lo recuerda en su duelo.

 

Este ópalo lapidador, que marchante

es en esta industrial y memorable era,

la palanca de cambio que usa en primera.

 

Remonta, al fin y al cabo, como consejera:

tiza de rebote, insensiblemente refrigerada,

y la dejó plomífera, olítica y abandonada.

 

Monorraíl de Virtud Conmutada

 

Mira la opalina permeable que, bajo la neurona,

hacen gratificar su motilidad sutil —que se afina

y se desplaza en monorraíl de virtud conmutada,

con el dique comburente de la comisión canina.

 

Trazan, sobre la corola disonante del documento,

la turbina anclada de la energía radiante; asesina,

y la esclerosis de las cosas —que da su movimiento

en una permanente y funesta disciplina.

 

Pues, en la hernia del casquillo, la gamuza se doma;

de las mesoformas, arcas nebulares, osteología desploma

en el gran óxido, en donde gobierna la pulsión sumisa.

 

Todavía el coeficiente IQ está afiebrado de picaduras;

bajo sus pólvoras, llenas de valor, suenan sus arquitecturas,

y en el eje rotacional de la idea, la luz suda y supervisa.

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Ivette Mendoza Fajardo

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