Aquí está el hábito, con su escarapelo,
a plantarlo en la lanceta que abunda
en la menuda gasolina meditabunda,
con la fotocopiadora oscura de su celo.
Aquí aprieta el relieve del caramelo
de la laminaria inconstante, moribunda;
una grafía inmunológica en la tundra
omega que lo recuerda en su duelo.
Este ópalo lapidador, que marchante
es en esta industrial y memorable era,
la palanca de cambio que usa en primera.
Remonta, al fin y al cabo, como consejera:
tiza de rebote, insensiblemente refrigerada,
y la dejó plomífera, olítica y abandonada.
Monorraíl de Virtud Conmutada
Mira la opalina permeable que, bajo la neurona,
hacen gratificar su motilidad sutil —que se afina
y se desplaza en monorraíl de virtud conmutada,
con el dique comburente de la comisión canina.
Trazan, sobre la corola disonante del documento,
la turbina anclada de la energía radiante; asesina,
y la esclerosis de las cosas —que da su movimiento
en una permanente y funesta disciplina.
Pues, en la hernia del casquillo, la gamuza se doma;
de las mesoformas, arcas nebulares, osteología desploma
en el gran óxido, en donde gobierna la pulsión sumisa.
Todavía el coeficiente IQ está afiebrado de picaduras;
bajo sus pólvoras, llenas de valor, suenan sus arquitecturas,
y en el eje rotacional de la idea, la luz suda y supervisa.
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© 2025 Ivette Urroz.
Ivette Mendoza Fajardo
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