CUANDO EL SILENCIO PESA
A veces, el día amanece en silencio
como si el viento se negara a pronunciar mi nombre.
No es tristeza completa ni sombra total,
es un latido hondo,
una mirada que se queda quieta en la ventana
mientras el mundo sigue.
Camino entre horas que pesan distinto.
Hay días que se sujetan firmes a mis manos
y me llevan lejos,
me llenan los bolsillos,
me recuerdan que aún puedo construir.
Otros, en cambio, se deslizan como agua entre los dedos,
y en ellos escucho el eco
de todo lo que debo sostener.
No se trata solo del pan o la mesa servida,
ni del frío que la ropa intenta detener.
Hay gastos que no se anotan en papeles:
la fe prendida todos los lunes,
el miedo de no fallar a quienes miran mis pasos,
la sonrisa que ofrezco aunque duela el pecho.
Se habla poco de esto.
De los hombres que caminan callados,
que cargan palabras como piedras
pero no las dejan caer,
que guardan el llanto para después
porque ahora no se puede detener la marcha.
Nadie pregunta cuánto pesa el silencio,
nadie sabe cuánto cuesta sostener la esperanza
cuando la moneda suena más lejos,
cuando el trabajo escasea
y el alma empieza a buscar consuelo en la memoria
de tiempos donde todo alcanzaba.
Sin embargo, sigo.
Porque hay ojos que confían en mí,
porque hay manos pequeñas que aún creen
que el mundo es seguro mientras yo esté despierto.
Porque hay un amor que no se explica,
que no se compra,
que no se cambia.
No soy perfecto, nunca lo he sido.
Soy humano que duda y que se fortalece,
que a veces se quiebra por dentro
y se recompone sin testigos.
Soy ese que mira lejos y respira hondo
antes de volver a intentar.
Y en medio de todo,
aprendo que la vida no siempre llena los bolsillos,
pero exige, siempre exige.
Sin pedir permiso.
Sin detener su reloj.
Quizás esta nostalgia no sea derrota,
sino una forma de recordar
que aún siento,
que aún amo,
que aún me importa.
Si alguien lee estos versos y se reconoce,
que sepa que no está solo.
Que también existimos los que seguimos en pie,
aun cuando el mundo nos pese.
Que hay una luz pequeña,
invisible para muchos,
que brilla justo en el centro del pecho.
Y esa luz, por mínima que sea,
significa que todavía seguimos vivos.
© Corazón Bardo