y el mundo exterior se ahoga en terciopelo espeso,
la alcoba se hace templo de un místico desvío,
donde el alma desnuda busca su contrapeso.
Tu cuerpo estatua de alabastro que la llama ha de fundir,
en mi boca un loto escarlata que tu ébano persigue,
el perfume de un acorde que nos ha de transfundir,
mientras la luz de ópalo sobre la alfombra sigue.
¡Oh, cáliz de tu cuerpo, de un vino rubí colmado!
bebemos esa ambrosía sin temor ni mesura,
más éxtasis es oro, el silencio consagrado,
y la carne se vuelve palabra y arquitectura.
Se funden en la sombra el espejo y la seda cruel,
y el yo, que fue de acero, se deshace en tú alud,
el gemido es la nota del arpa de Baudelaire,
una sinestesia oscura de la intensa virtud.
Somos el Río y el Mar en un solo abrazo urgente,
la marea que sube sin promesa de puerto,
el simbolismo habita en la fisura hirviente,
donde el instinto antiguo se siente despierto.
La rosa carnal abre su pétalo postrero,
y el sueño se disuelve en honda agitación,
queda el sabor a cobre en el aire, prisionero,
y el rastro de la luna, testigo de esta pasión.