No sé cuántas veces
lo vi llorar
frente a la tetera.
Decía que solo hervía agua,
pero yo sé
cuándo el alma se desborda
por los bordes del cuerpo.
Las palabras se le quemaban
más que los guisos.
Y cuando no podía escribir,
me abría el gas
como quien pide consuelo.
Aquí guardo
sus silencios más densos,
su hambre más honda,
esa que no se sacia con pan.
Una vez escribió un poema
sobre una cebolla.
Lloró por dentro.
No me engañó.
Yo lo sostuve.
Como hago con todo:
las ollas,
las migas,
los poemas que nadie ve,
pero huelen.