Hay de mi esta tarde espumosa,
una frente que me hierve en el lomo;
un Helios orillando fulgidos corceles,
y una sombra agitando en mi boca sus panales.
Hay hespérides propagando lejanos ponientes...
Y vientos que aguardan, acechando corazones llorones.
Vamos... y es que duele, no lo niego...
Me burbujea cada recodo de día...
Anochesco, trágico idilio de vida...
¡Mas lo he hallado! El azucarado
y hermoso heraldo de mi gozo,
mensajero de penas y alegrías,
¡me ha entregado divina
carta de refulgente dicha!
Hoy no me detengo adormilado,
¡quiero gritar!, ¡y gritar el gozo!
Y decir: no hay otra vida, mas la
que se aprende entre lodos de agonía;
de codo a codo, de llanto en llanto,
¡pues Dios nos ha dado la condicion
de ser hombres!
Y si bien tengo que decir que
el Destino es proteico testarudo,
he bebido mucho y amado mucho
para aguantar sus remos sagrados.
Y mañana, tal vez, los caballos
no galoparan, los pútridos ramajes hojascaran
y, tal vez, hasta las alondras
migraran sin su cantico...
Pero todo se nos ha dado como arcilla,
mi querido Borges...
Pero no arcilla para el artista, para el poeta
o el pintor, sino, ¡arcilla para el hombre!,
maleable y manipulable por su propio costillar;
no un material, sino la escultura completa,
moldeada por nosotros,
¡nuestro magnifico Rodas!
Una pieza intrínseca de nuestro organismo...
Pues el sufrimiento siempre fue el verdadero
artista de nuestras almas.