La noche sobre el valle reposa en mansedumbre
y el cielo abre su lámpara de tímido esplendor.
El viento entre las hierbas recoge la costumbre
de alzar en los silencios un cántico interior.
La estrella se derrama con hóspeda dulzura
y deja paz reciente sobre mi alrededor.
Mi espíritu se acoge con blanca compostura
al soplo que ilumina la senda del Pastor.
El musgo me devuelve su pálida caricia
y el río, en su murmullo, sosiega mi razón.
El aire trae un ritmo de antigua primicia
que enciende en lo profundo la humilde adoración.
Oh Noche, tú que elevas la vida que rehúsa
concede a mi alma errante tu eterna bendición!
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