No vi la luz, ni el túnel, ni la voz que promete cielos.
Solo un silencio inmenso,
una frontera sin nombre
donde el alma y el cuerpo se preguntan quién de los dos ha de quedarse.
No recuerdo morir,
solo cesar,
como quien deja caer el peso de siglos en un instante.
Y luego —sin razón— volver.
Desperté en la blancura de un hospital,
con la garganta ardiendo y el corazón manso,
como si hubiera llorado sin lágrimas.
No supe si fue error o renuncia,
si me trajo el miedo o la misericordia,
pero desde entonces el mundo tiene otro pulso,
y yo camino con la conciencia de quien ya cruzó y regresó.
Nada me pertenece,
todo me toca.
Y aunque no vi la muerte,
sé que ella me vio a mí…
y me dejó marchar con una lección sellada en el pecho:
que no hay destino más profundo que seguir viviendo con los ojos despiertos.
Antonio Portillo Spinola