Soledad, vieja dueña de mi estancia,
te sientas junto al fuego de mi herida
y giras, silenciosa, en cada vida
que vaga entre naufragios y distancia.
Eres un faro gris en la constancia,
la voz que cruza intacta la caída;
un tiempo sin reloj, sin despedida,
que pule mis aristas con templanza.
A veces tempestad, a veces calma,
entras sin llamar y rozando el alma
con dedos de ceniza y de ternura.
Y aunque tu sombra pese y me desguarne,
sé que sin ti mi espíritu no aprende
el arte de crecer desde la hondura.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025