Me siento en una nube.
Soy el primero en tocar el atardecer,
el que roza con los dedos
el borde quieto de las estrellas.
A veces da miedo,
porque todo parece demasiado alto,
pero aquí el aire es más limpio,
como si también él estuviera aprendiendo a respirar.
Creo que no voy a caer.
Y si cayera, el vacío me sabría a suavidad:
sé encontrar el camino de vuelta.
Desde esta altura,
donde la luz me roza el alma
y cada pensamiento se vuelve pluma,
descubro un sitio más verdadero:
El lugar donde existimos.
En la distancia entre tus ojos y los míos
crece una historia luminosa,
un duelo secreto de intenciones,
un susurro que tiembla
antes de convertirse en palabra.
Allí…
donde el ansia vela por la calma,
donde tu mirada sostiene la mía,
donde el dolor se queda en silencio.
Nuestros defectos se transforman en virtud,
y dejamos de ser frágiles.
El dolor nos abre los ojos,
el placer nos despierta el cuerpo
y nos recuerda que seguimos vivos.
Creo que por fin he encontrado
el lugar donde quiero existir.