No sé en qué momento exacto ocurrió. No hubo señales celestes ni una calma misericordiosa. Lo que vino fue distinto: una lucidez áspera, casi violenta, como si alguien hubiera corrido las cortinas de golpe después de años en penumbra.
Hoy desperté y entendí algo que no había querido admitir: no me estaba rompiendo… me estaba dejando atrás.
No era alivio, tampoco esperanza, era otra cosa, más cruda: una amputación necesaria. Una parte de mí, la que insistía en sostener lo insostenible, simplemente se desmoronó durante la noche, como una estructura vieja que ya no tenía cómo seguir en pie. No me dolió. Lo que duele es cargar, no soltar.
La sombra que me seguía, tan fiel a su propio modo, intentó levantarse conmigo, pero ya no encontró dónde anclarse. No porque haya desaparecido, sino porque yo ya no estaba ahí, en ese lugar de siempre, ese donde la herida se repetía a sí misma como un rezo.
Todo estaba igual afuera. Nada era distinto.
Pero yo… yo ya no pertenecía a la versión que despertó ayer.
Al poner los pies en el suelo sentí algo brutal, casi feroz: no le debía explicaciones a mi dolor. Años viví como si él fuera la medida de quién soy, como si lo que me lastimaba tuviera derecho a decidir mi destino. Hoy me miré sin indulgencia y sin piedad, y comprendí que seguir respirando no era suficiente; tenía que volver a ocupar mi vida, no solo sobrevivir dentro de ella.
Hay un punto en el que dejar de huir se vuelve inevitable, no por valentía, sino por cansancio, uno se rinde, pero no ante la oscuridad: se rinde ante la necesidad de continuar. Y ese cansancio es feroz, porque rompe más que cualquier pena, pero también limpia, arranca, abre.
Hoy entendí que no vine a salvarme; vine a sostenerme, y que sostenerse, cuando ya no queda nada, es el acto más brutal que uno puede cometer contra su propia historia.
No dije «aquí estoy.»
Dije algo más verdadero:
«Aquí sigo, aunque ya no sea el mismo que llegó hasta hoy.»
Y ese “seguir” no fue débil. Fue un golpe seco sobre la mesa de mi propia existencia. Un renacimiento sin ceremonia. Una victoria sin testigos.
Hoy no gané, hoy me recuperé.
Y eso… eso sí es inolvidable.