Aquí en el corazón se agazapa un río, que no tiene ni orilla ni cauce, y en su murmullo, en su eterno extravío, el tiempo es un suspiro que no se detiene.
En su profundidad, se alza un firmamento con constelaciones de memorias y penas, donde cada estrella es un sentimiento y el eco de un adiós que aún resuena.
Hay una bruma que se enreda en los días, tejiendo la piel con hilos de frío, y en ese silencio que el ser desvía, el alma canta un himno de rocío.
Y en medio de este vasto universo interior, donde el paso de la vida es tan fugaz, la alegría es la luz, el eterno fulgor, que en cada latido encuentra la paz.
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