Gabriel Hernán Albornoz

El octavo día

Una vez soñé que tenía un barrilete,

que volaba muy cerquita del cielo.

Mas el hilo se terminaba en el rodete,

y sin soltarlo llegué con él hasta el firmamento.

Llegamos más allá de las nubes,

más allá del ocaso y del universo,

y conocer a Dios el día de su descanso pude.

Tomó mi mano y me llevó de paseo.

-Mira –me dijo, y me mostró el día y sus luces,

el mar como una hoja de plateado acero,

los peces en su seno viajando en cardumen.

-Mira –me señaló con el índice de su dedo,

y vi un verde prado que no concluye,

sembrado de esmeraldas bajo la luna como espejo

con una lluvia en hebras que se diluye

y pájaros alabando celeste milagro a lo lejos.

-Mira – señaló con mano que todo construye

y orgulloso mostró la obra de su día sexto.

Era el hombre y su mano que todo destruye.

Con guerras enlutaba el cosmos eterno,

con pecados rompía la alianza que lo une,

que lo une a ese dios poderoso y bueno

que le dio un paraíso para que disfrute.

-Todo será tuyo –me dijo, serás rey de toda mi creación,

serás mi mano derecha y mi hijo,

no te detendrá la frontera de ninguna nación.

Dicho esto desperté sin cobijo,

fui enviado al mundo de la confusión.

cuando desperté… en un pesebre había nacido…