Las nubes pasan
y el cielo parece guardar un silencio
que pesa más que mi propio pecho.
No se oye ningún ruido, nadie cruza,
y me pregunto si este vacío
es lo que otros llaman calma.
Si estoy tranquila,
¿por qué estas lágrimas se deslizan sin permiso?,
¿por qué nada cambia
aunque mi alma grite por dentro?,
¿por qué me siento oculta,
como si viviera detrás de un velo
que nadie alcanza a levantar?
Conozco la salida,
la he visto tantas veces,
brillando como un faro lejano…
pero me aterra cruzarla.
No quiero, no puedo.
Quisiera que alguien —que tú—
tomara mi mano,
me jalara hacia un abrazo que cure,
que nos cure,
que devuelva un poco de lo que fuimos
cuando todo tenía nombre
y la normalidad era un refugio.
Pero ya no eres tú.
O quizá soy yo quien se diluye.
Me he perdido lentamente,
gota a gota,
hasta convertirme en esta sombra
que escribe versos para encontrarse
Y a veces —solo a veces—
siento un cansancio tan profundo
que quisiera dejar de cargar con este peso,
descansar del mundo,
desaparecer por un instante…
no para acabar con todo,
sino para encontrar un lugar
donde ya no duela.