Bajo el abrigo del Altisimo.
La noche caía sobre el valle. El cielo se tornaba gris y los relámpagos cruzaban como heridas de luz.
En una cabaña humilde, una madre sostenía a su hijo entre los brazos.
El niño temblaba, asustado por el trueno que retumbaba en la montaña. Ella, con voz suave, murmuró:
—“No temas, hijo mío… el Altísimo está con nosotros.” El niño alzó la mirada, con los ojos húmedos, y preguntó en un susurro:
—“¿Y cómo lo sabes, madre?” Ella sonrió, apretándolo contra su pecho, y dijo despacio, como quien repite una promesa antigua:
—“Porque el que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente.”
El viento golpeó las ventanas, pero dentro, todo se volvió paz. La madre cerró los ojos y oró:
—“Señor, tú eres mi refugio y mi fortaleza, mi Dios, en quien confío.”
Y mientras afuera la tormenta rugía, una quietud invisible llenó la habitación.
El niño se durmió en su regazo, y el corazón de la madre supo que no estaba sola.
Porque aunque las sombras cubrieran el mundo, la luz del Altísimo seguía encendida sobre ellos.