Qué hermosa harmonía, alondra.
Qué gloria sentir tus trinos.
Déjame escucharte, ¡oh diosa!
Que entre rastrojos o pinos
se bañe mi alma y mi mente
en tu torrente genuino.
Pero qué dolor, mi alondra,
cuando la mata de espinos
transforma en lamento triste
tu fugaz y dulce sino.
Alondra reina cantora
que en tu vagar peregrino
pones las notas alegres
en los páramos transidos.
¡Maestra!, bajo tus alas,
quisiera forjar mi nido
y aprender de tu armonía
a escribir como Virgilio.