Bruno Gatica 1

Cuando el silencio aprende mi nombre

Hoy no pasó nada, o al menos nada que pudiera contarse, no hubo revelaciones, ni decisiones importantes, ni una emoción lo suficientemente clara como para darle forma. Y aun así, algo se acomodó por dentro, como si el silencio hubiera decidido, por fin, aprender mi nombre.

 

No fue un día bueno, tampoco uno malo. Fue… respirable, eso basta, a veces uno no necesita milagros, solo un respiro que no duela, un instante que no te pida explicaciones, una hora que simplemente exista sin exigir que la sientas profundamente.

 

Mientras caminaba, me di cuenta de que el ruido que antes llenaba mis pensamientos ya no estaba tan vivo. No desapareció, solo se replegó, como un animal cansado que deja de rasguñar la puerta. Y en ese pequeño retroceso encontré algo parecido a un descanso, esa pausa que no salva, pero sostiene.

 

No sé si fue el cielo, o el olor del aire, o la forma en que mis pasos sonaron más livianos sin que yo hiciera nada distinto, tal vez fui yo que, sin pretenderlo, dejé de luchar contra un peso que ya no tenía la misma fuerza.

 

Hay días así, días que no celebran nada pero en los que uno entiende, casi sin pensarlo, que está menos roto que ayer, que la herida sigue, pero sangra menos, que el mundo no se volvió amable, pero dejó de sentirse tan ajeno.

 

Hoy, por primera vez en quién sabe cuánto, el silencio no me asustó, me acompañó, y en esa compañía tan frágil descubrí que quizá —solo quizá— estoy empezando a regresar a mí.