Artin Zálëz

Estocolmo

Hay hogares que llegan a uno sin aviso,

lugares donde la luz cae como una caricia lenta

y las aguas susurran nombres que solo tú y yo comprendemos.

Entre tus islas aprendí a respirar de otro modo,

como si cada puente marcara un pulso nuevo

y cada invierno fuera un espejo que me enseñaba a regresar a mí.

 

No nací en tus orillas,

pero me adoptaste sin preguntas,

dejando que mi vida se trenzara con tus días fríos

y tus noches de oro líquido sobre el agua.

Y ahora que estoy lejos,

te extraño como se extraña lo irremplazable:

no como un paisaje,

sino como una parte del alma que se quedó allí,

mirando el horizonte con mis propios ojos.

 

Eres la ciudad que no se borra,

la que me nombra incluso cuando guardo silencio,

la que late en mí con una ternura antigua

que ninguna distancia ha podido apagar.