Yo soy la que entra sin tocar la puerta,
la que respira en tu nuca
cuando tú crees que es solo viento.
Soy la ladrona paciente,
la que mira tu vida como un mantel tendido
y arranca los cubiertos uno por uno
hasta dejarte comiendo con las manos.
No busco justicia,
no tengo códigos,
no conozco la palabra “misericordia”.
Mi única ley es el hambre.
He deshecho familias como quien arruga un papel:
al hijo lo dejo sin apellido,
al apellido sin nombre,
a la letra sin voz.
No por necesidad.
Por gusto.
He entrado a hospitales
solo para ver cómo tiemblan las manos de los vivos
cuando sienten mi sombra pasar por el pasillo.
No los toco.
No aún.
Solo disfruto el silencio que dejo tras de mí,
ese silencio que huele a metal.
A veces me siento a los pies de la cama
del que ya no tiene esperanza.
Le cuento historias al oído:
“Tu dolor no tiene final aquí…
pero yo puedo terminarlo”.
Miento, claro.
Me encanta mentir.
Es mi forma favorita de acariciar.
He caminado detrás de soldados
y les he soplado el nombre de sus madres
justo antes de apretar el gatillo.
Me río cuando lo hacen.
La culpa, ese veneno humano,
es mi postre preferido.
He tomado de la mano a los suicidas
solo para soltarla en el último segundo
y ver cómo dudan,
cómo se arrepienten,
cómo me suplican mientras caen.
No siempre los quiero muertos.
A veces solo quiero verlos romperse.
He destruido pueblos enteros
con un estornudo,
un temblor,
un error humano que yo misma sembré.
Los miro correr
y me recuerdan hormigas.
A veces aplasto una.
A veces las dejo escapar.
El juego está en la variedad.
No tengo forma,
pero puedo tener todas:
una mujer hermosa que te toma del brazo,
un hombre cansado que ya no quiere seguir,
un niño que te pregunta tu nombre
y después te lo quita.
Y sin embargo,
con todo mi poder,
con toda mi crueldad,
con todo lo que he tomado
y todo lo que tomaré…
hay algo que no soporto:
los vivos que no se rinden.
Los que sangran y siguen.
Los que lloran y vuelven a levantarse.
Los que me ven de frente
y aun así respiran.
Los odio.
Los envidio.
Los deseo.
Porque yo soy la muerte, sí,
pero ellos…
ellos están vivos.
Y eso,
eso es lo único que nunca podré robarles.