Yo soy el que camina sin frontera,
con la muerte dormida en la coronilla,
una espina de luz bajo la piel entera,
y un temblor que me arrastra y me arrodilla.
He sentido la ausencia como un beso
de ceniza en la frente y en el pecho,
una música viva, un leve peso,
un relámpago quieto en mi barbecho.
María Jesús, mi sangre de otra estrella,
tu silencio me nombra en los umbrales.
¡Ay, cuánto amor en tu huella más bella,
que aún vibra en mis vértebras leales!
Y Elva, raíz de ternura encendida,
madre sembrada en mi costado abierto,
me alzó del barro, me salvó la vida
cuando todo dolía, cuando estaba muerto.
He caído, y la tierra me ha mordido,
he querido dejarme de latir.
Pero sigo, con el pecho partido,
porque amar, solo amar, es resistir.