Presunciones del exánime autor.
¿Creen regir palabras que redactan?
Cual si el verso fuera dócil vasallo;
no ven que las sílabas los delatan
y exhiben su fachada endeble al fallo.
El texto abre sus vísceras sin duelo
y arroja su artificio al mismo suelo.
“El inventé” les sirve de maleza,
excusa raída para huir del filo;
cubren con trapos pobres su torpeza
y culpan al azar de su sigilo.
Mas todo trazo marca su figura:
destroza su piel con pulcra sutura.
Se aferran al barniz que los sostiene,
vendiendo la pureza que no habita;
declaran que su sombra no interviene,
que todo lo que escriben les desquita.
Cada línea, muda y tenebrosa,
revela la miseria que lo acosa.
Aseguran que el texto nada acusa,
que no registra el pulso que los quema;
pero la letra observa, nunca excusa,
y hunde su juicio en plena trama extrema.
Cae la adustez torpe del valiente
y muestra al débil que fingió su mente.
Protegen su ficción como franquicia,
llaman “experiencia” a su pobre rito;
mas tiemblan cuando el verbo los desquicia
exponiendo el huesario nunca escrito.
La página, implacable y sin cariño,
deja al descubierto al falsito niño.
La crítica no acata la licencia,
ni admite engaño fútil del autor;
la letra ordena, lúcida, su ciencia,
desnuda lo que es dueño sin glamor.
Porque ningún poema oculta al ente:
sentencia… aunque el escritor se miente.
La Hechicera de las Letras.