Cuando la noche te pese,
y no encuentres el aliento,
cuando el mundo sea un eco
y tú seas sólo el viento,
no te juzgues por caerte,
ni te midas por la herida,
que hasta el roble más sereno
llora savia por la vida.
Hay inviernos que no avisan
y se instalan en la piel,
pero el alma, aunque se esconda,
no se deja de encender.
A veces, solo resiste,
no preguntes, no comprendas.
Déjate caer despacio
sobre el pecho de la tierra.
Y escucha: hay un latido
que aún sostiene tu presencia.
Es la vida, que en silencio
también lucha, también reza.
Así, sin brillos ni cantos,
te haces fuerte sin querer.
Eres más de lo que crees.
Aunque no lo puedas ver.
Antonio Portillo Spinola