Dicen que el mundo se mueve
por aquello que no siempre se ve:
por el brillo de una mirada sincera,
por el abrazo que llega justo a tiempo,
por el gesto pequeño
que vale más que el universo entero.
Porque la intención es ese motor invisible,
esa fuerza que empuja al corazón
a hacer cosas que la razón no entiende.
Es el valor de acercarse
cuando todos se alejan,
de sostener a alguien
cuando ni siquiera puede sostenerse a sí mismo.
Hay quienes prometen soles,
pero dejan frío.
Y hay quienes te dan una simple palabra
que te ilumina toda la vida.
Hay regalos caros
que pesan como el vacío,
y hay una carta escrita a mano
que te salva el día completo.
La diferencia no está en el tamaño del gesto,
sino en el amor que lo sostiene.
Lo que importa es la intención.
El “avísame cuando llegues”
puede ser costumbre,
o puede ser un corazón diciendo:
me importás más de lo que pensás.
Un “te extraño” puede ser apariencia,
o puede ser el grito dulce
de quien siente que le falta una parte
cuando no estás.
Hay silencios cobardes,
pero también silencios que abrazan.
Hay miradas que juzgan,
y miradas que curan.
Hay manos que empujan,
y manos que levantan.
Lo que importa es la intención.
Ese detalle que nadie nota,
pero que para vos significa el mundo.
No es cuánto das,
sino cuánta verdad hay en lo que das.
No es cuánto decís,
sino cuánta alma ponen tus palabras.
Porque el amor —el verdadero—
no se mide en grandeza,
se mide en sinceridad.
Y la amistad —la de verdad—
no necesita ruido para ser gigante,
solo necesita corazón para quedarse.
A veces el camino se vuelve gris,
y la vida se hace pesada…
Pero llega alguien con una sonrisa honesta
y te recuerda que todavía hay luz.
Llega alguien que no te suelta
aunque el mundo te empuje a caer.
Y ahí entendés
que la intención
fue siempre más fuerte que el miedo,
más real que las máscaras,
más profunda que cualquier palabra vacía.
Por eso hoy,
y todos los días que sigan,
quiero elegir sentir bonito,
dar con el alma,
cuidar sin pedir,
amar sin miedo.
Porque cuando todo se termine,
cuando el tiempo borre lo superficial
y solo quede lo esencial…
La pregunta no será
cuántas veces ganaste,
sino cuántas veces fuiste verdadero.
Y entonces,
solo entonces,
vas a saber
que todo valió la pena…
si lo hiciste con intención,
con corazón,
con amor de verdad.