Agapito, era un pequeño y travieso avioncito que vivía en un anexo, de un enorme hangar, todas las mañanas se levantaba muy temprano, antes de que saliera el sol. Observaba y fantaseaba con esos enormes «pájaros de hierro». Él desde allí veía, a esos enormes aviones, recorrer la pista para después guardar su tren de aterrizaje, tomar altura y volar.
Su más anhelado sueño, era aprender a volar, para entre esas mullidas y azules nubes traviesamente pasar. Una mañana, “Agapito”, salió a escondidas y aprisa de aquel hangar para qué de su travesura nadie sé fuese a enterar, escondiéndose entre otros aviones se dijo, ¡hoy es el día!, en que aprenderé a volar.
Corrió, por aquella larga pista, hasta lograr despegar. Aquel ascenso había sido perfecto y entre las nubes, se atrevió a pasar ¡Qué fantástico!, era eso de volar y entre ensoñaciones las nubes le sonrieron diciéndole al avioncito entre susurros, ¡vuela… vuela pequeño avioncito! Cuando repente, se escucharon ruidos extraños, en aquel hangar, los cuáles de manera inmediata, despertaron “aquel avioncito”, que plácidamente dormía. “Agapito”, entre ensoñaciones, había cumplido hoy la más grade de sus fantasías; y es qué soñó que había crecido, y que había aprendido a planear, llegando a ser un gran experto en el arte de volar.
Hoy Agapito continua en el hangar esperando el momento preciso, porque cuando sea adulto desea ser como esos grandes y poderosos aviones que cruzan el cielo con valentía dejando estela de sueños que nunca se apagan.